REHENES DEL MIEDO


En el salón de clase, la profesora preguntó a sus alumnos. “¿Dé qué tienen más miedo?
Después de un breve y tenso silencio, un niño respondió, un tanto tímido: “Yo tengo miedo de la oscuridad”.
Otro dijo: “Tengo miedo del ogro”.
Miedo de la muerte, miedo de la altura, miedo de ser olvidado por los padres en la escuela…

Varios miedos fueron confesados y anotados por la sabia profesora, que deseaba liberar a los pequeños del sufrimiento generado por el miedo, a través del uso de la razón.
Por fin, una niñita dijo, con aire de asustada:
“tengo mucho miedo del mal amén, que es un monstruo muy peligroso…”
“¿Y tú ya viste ese monstruo?” Preguntó, interesada, la profesora.
“Nunca lo vi, pero es un monstruo tan peligroso que mi madre pide todos los días a Dios que nos libre de él”, aclaro la niña.
Y concluyó: “mi madre siempre le pide a Dios al final de su oración:… Y líbranos del mal amén.”
No es preciso reflexionar mucho para entender la situación de aquella criatura con relación al miedo del monstruo, creado por su imaginación.
El miedo era tan tirano que ella nunca osó confesarlo a la madre.
Un miedo terrible de algo que nunca existió.
Pero, ¿será que solamente los niños tienen miedo de lo que desconocen?
Ciertamente que no.
La ignorancia ha sido, desde todos los tiempos, la gran responsable por el terror impuesto por el miedo.
Lo desconocido genera miedos inconfesables, en personas de todas las edades.
¿Pero como podemos tener tanto miedo de lo desconocido?
Eso ocurre justamente porque los monstruos creados por la imaginación generalmente son más terribles que los reales.
El miedo a la muerte es un ejemplo de eso.
El miedo al infierno también ha hecho rehenes.
El juicio final es otro tirano que atemoriza a mucha gente.
Todos esos temores son frutos de la ignorancia, no hay duda.
Existen personas que tienen miedo del futuro, miedo de la soledad, miedo de sentir miedo, y por ahí va...
En cuanto la razón no lanza sus luces sobre esas cuestiones, el miedo continuará a hacer infelices a los individuos, haciéndolos rehenes de la propia ignorancia.
Jesús tenía razón al afirmar que el conocimiento de la verdad nos liberará.
El conocimiento es diferente de la creencia. La creencia es siempre muy ciega, vacía de seguridades.
Para creer en algo no es necesario conocer, basta creer. Pero la convicción sólo se adquiere a través del conocimiento.
Conocimiento que genera la fe firme. La fe que encara la razón cara a cara, sin dudar, en todas las situaciones.
Siendo así, vale la pena emplear esfuerzos para liberarnos de los miedos, buscando lanzar luces sobre lo que la ignorancia oculta.
Es importante liberar a nuestros niños, muchos de ellos rehenes de monstruos imaginarios terribles, dialogando con ellos sobre sus miedos.
Es preciso considerar que el miedo es el peor de todos los monstruos, y necesita ser aniquilado con urgencia.
Es necesario aclarar los caminos oscuros de la ignorancia con la luz del conocimiento, para que el miedo toque en retirada...
Como aseveró el gran filósofo griego, Sócrates: “Hay sólo un bien: el conocimiento; y un mal: la ignorancia”.
Sócrates fue precursor de las ideas cristianas y, como Jesús, también fue víctima de la ignorancia de sus contemporáneos.
¡Pensemos en eso y busquemos, con voluntad firme, conocer las leyes que rigen la vida!
Sólo así seremos verdaderamente libres de todos los miedos que tanto nos hacen infelices.

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